ace una década todavía se suponía que los Estados nacionales estarían entrando en declive y disminuiría su influencia en la política global. El Estado nacional era una de las entidades afectadas por el proceso de la globalización. Ahora ya no es tan clara tal tendencia y ha resurgido la temática para darle un tratamiento en condiciones de procesos globales que se detienen y se contienen, en los marcos de la política nacional. Rastrear en los orígenes de los Estados nacionales tiene un sentido importante, porque nos ayuda a entender la naturaleza, el carácter y el desarrollo de tal formación económica, social, política y cultural. El Estado nación moderno se identifica con la modernidad en su forma más acabada, con la Ilustración y el racionalismo. Adquiere otra dimensión cuando enraiza con el romanticismo y la importancia de la singularidad histórica. Ya desde entonces quedaba en claro., que era una realidad cargada de tensiones y contradicciones internas. Rediscutir la naturaleza del Estado nación es importante para entender su relevancia actual y sus perspectivas al futuro. Igualmente, es importante la discusión sobre los elementos que delinean a los Estados nacionales modernos, en cuanto al realismo político, bélico y militar y en razón de expresar una cultura compartida. La relación de violencia y consenso, de singularidad y universalidad, de lo heterógeneo y la tendencia a la homogeneidad están implícitas en la evolución de los Estados nacionales. Finalmente, el proceso de globalización y el auge de las identidades más restringidas, tales como los regionalismos y los localismos, ponen en jaque la cuestión del Estadonación. Lo ponen en el dilema sobre su existencia y obliga a una redefinición de los campos de acción y de incidencia de los Estados nacionales modernos, en los marcos de un proceso de globalización que adquiere dimensiones cada vez más complejas. # II. Origen y Concepto Del Estado Nación El Estado-nación es una de las formas políticas más destacadas de la modernidad occidental. Al discutir sobre sus orígenes se puede tomar una posición también en lo conceptual. En lo etimológico, la palabra "nación" proviene de la raíz latina nasci, que quiere decir nacer y se inicia con la idea de que un pueblo tiene una ascendencia o lugar de origen común (Tivey, 1987, 13-14). De acuerdo a como se responda a la cuestión del nacimiento del Estado nacional, se aborda lo relativo a su definición y conceptualización. Uno de los desarrollos más sólidos sobre la cuestión nacional, la ha dado Ernest Gellner. Este autor tiende a identificar al Estado-nación como una de las creaciones del mundo moderno. Claramente, el Estado-nación se contrapone a los lazos y vínculos dinásticos que prevalecen en la sociedad agraria y medieval. En términos similares, en esta dirección, Schnapper sostiene que la idea de Estado nacional aparece en Inglaterra en el Siglo XVI y con las revoluciones de Estados Unidos y Francia adquiere legitimidad universal (2001,(15)(16). En el centro de esta concepción está lo político, por la relevancia que se le otorga a las relaciones de poder. Gellner concibe al Estado nacional como un producto de la modernidad ilustrada, en tanto constituye e iguala a los ciudadanos. Y es una forma de realización a medias del proyecto de la Ilustración europea. Dicho movimiento recibe una respuesta del romanticismo, más singularista, que refuerza otra línea del nacionalismo europeo (1998,(131)(132). El proyecto ilustrador pretendía elevar a los seres humanos a su condición racional, dejando atrás prejuicios, mitos, religiones. Es la liberación del hombre de su culpable incapacidad (Kant, 1941, 25-26). En el tribunal supremo de la razón, los vínculos comunicativos serían más importantes, más allá de las diferencias dadas por el lenguaje, la cultura y la civilización, superando y dejando atrás atavismos, historias locales y parciales, singularidades culturales de todo tipo. En una sociedad como la medieval, en donde los lazos de sangre, familiares y dinásticos eran decisivos, la conexión de lo social se realizaba por la herencia, el abolengo, el poder y la política. Comunidades con una ubicación geográfica distante, con lenguas diferentes, culturas diversas, podían estar bajo el mando y la jurisdicción de un mismo reino, principado o imperio. Los procesos de interconexión, integración y comunicación humana ya permitían ciertos grados y niveles de homogeneidad en lo económico, cultural o político. Los grandes procesos de homogeneización social, de igualación de culturas y civilizaciones aparecen con la irrupción de los Estados nacionales. La formación de la nación permite imponer, persuadir y consensuar aspectos comunes de la identidad nacional, realizando internamente el modelo ilustrador. Hacia fuera y en las relaciones internacionales, el Estado nacional se reafirma en su singularidad. Es por eso que realiza a medias y deja incompleto el proyecto universalista de la ilustración. En realidad, es una salida específica y singular al modelo universalista. Este último aterriza en formas nacionales, en raíces históricas y culturales establecidas, que dan cabida a la expansión de la ilustración y racionalización universalista hacia dentro del espacio interior. Lo que no se pudo realizar mundialmente se materializa dentro de cada comunidad nacional. En el Estado nacional se condensa la universalización y la singularidad de la vida moderna. Es ilustrador y universalista, como factor homogeneizante e igualador al interior del espacio geográfico, político y territorial que le compete. Hay una ciudadanía nacional, con una historia y una cultura compartida. Las diferencias de lenguaje, étnicas, religiosas, sexuales, ideológicas y políticas serían asimiladas y superadas en el marco del acuerdo del Estado nacional. Se es español, francés, alemán, italiano, mexicano o brasileño, por encima de cualquier particularidad, regionalismo o localismo, más allá de las diferencias ideológicas, políticas, religiosas, étnicas, raciales o de clase social. Remueve, destruye y reconstruye las peculiaridades presentes en el espacio nacional, las que son como rémoras y obstáculos ante la cultura nacional instituida, reducidas a variantes y modalidades de la misma. Hay adhesión y consenso, aprobación y unanimidad en la construcción de la cultura nacional. Y eventualmente se da la violencia institucional y simbólica para hacer prevalecer lo nacional sobre las singularidades y especificidades. Se tiende a desalentar e inhibir las tendencias autonomistas y separatistas, que obstruyen y presionan hacia el quiebre de lo nacional. Las respuestas del federalismo y del fomento a las autonomías regionales, dan cuenta de las dificultades de asimilación de lo local a lo nacional y de las variaciones regionales ante la supremacía de lo central. Hay una desconfianza instintiva y un temor a la opresión de lo central y lo nacional, sobre las localidades y las regiones, las minorías oprimidas y excluidas. Sin los Estados nacionales, los lazos dinásticos y reales, la tribalización, la incomunicación, hubieran sido determinantes en la conformación del mapa sociopolítico del mundo moderno. Si nos asombramos por la multiplicidad y variación de la existencia moderna, tales tendencias hubieran apuntado a una mayor dispersión y difuminación social y cultural. El efecto centralizador e igualador de las naciones modernas es inocultable. Y aunque es universalista y homogeneizante en su interior, el modelo de los Estados nacionales es particularista en el plano de las relaciones internacionales. Cada nación reafirma su pretendida singularidad ante el resto del mundo. El proyecto ilustrador proclamaría que a través de la razón y la comunicación se puede edificar una ciudadanía universal y cosmopolita. Siendo demasiado avanzado para su tiempo, tal ideal se realiza a medias, a través de Estados nacionales, cumpliendo los objetivos homogeneizadores al interior del espacio propio y levantando muros y fronteras en relación con otras comunidades nacionales. En palabras de Gellner, el nacionalismo impone una homogeneidad que sólo refleja la necesidad de la misma (1988,67). El Estado nación, expresa la imposibilidad de realizar en lo inmediato la ciudadanía cosmopolita y el gobierno mundial, materializando una forma política mediada que incluye/excluye, realiza lo universal internamente y se afianza en la singularidad y la especificidad de lo propio y lo nacional ante los otros. El Estado nacional es la forma política de la modernidad universal, realizada e incompleta a la vez. Una postura más tradicional sobre la cuestión nacional es la de Renan, quien siendo crítico declarado de la Revolución francesa, se niega a identificar el principio de la nación moderna, con la forma igualitaria, republicana y democrática, emanada del proceso revolucionario. Rebusca los orígenes de la nación moderna en tiempos más remotos y muestra vestigios de la misma en reinos fuertes, que forjaron identidades, que luego se extenderían hasta la constitución de las naciones contemporáneas, como pasa con Francia, Inglaterra. Alemania, Rusia, a las que describe como individualidades históricas (Renan, 2001, 10). Gellner, a su vez, ubica a una parte de tales países, como la zona de naciones de la modernidad en que prevalece la unidad del Estadso y la cultura a partir de dinastías fuertes en Lisboa, Madrid, París y Londres (98-99). Antes de la maduración de las sociedades republicanas, hay elementos de identidad cultural tan firmes y sólidos para dar lugar a una protonación y extender la continuidad de la misma. Renan remarca la presencia de una reminiscencia subjetiva, como el alma nacional, el espíritu de los pueblos, para dar cuenta de la naturaleza última de la nación. Se encarga de enfatizar que la lengua, la raza, la etnia o la religión no podrían ser el soporte de la nación, por el carácter excluyente y conflictivo que les caracteriza. En lugar de aglutinar en torno a estos elementos de la identidad colectiva, Renan lo resuelve con un referente romántico, con una entidad metafísica y espiritual que da lugar a la nación. Ya no es el reino o las dinásticas monárquicas y aristocráticas las que sirven como punto de referencia para la identidad de las colectividades y aun no ha La identidad colectiva estaría dada desde antes de la modernidad, en una espiritualidad de lo nacional, un soporte cultural, que explicaría la evolución de algunas comunidades europeas a la nación moderna. En términos similares, esta la formulación de Herder, que reivindica la sensibilidad de las naciones y su condición multicolor (1954,(53)(54)(55)(56)(57)(58)(59)(60)(61)(62)(63)(64)(65)(66)(67). Apela a la aceptación de la pluralidad y la diversidad, lo que contraviene el carácter homogéneo del nacionalismo republicano.. El término "nacionalismo" es claramente moderno y data de finales del Siglo XVIII. Para fines del Siglo XIX adquiere ya el significado de la actualidad (Smith, 2004, 19-20). Ya sea como identidad colectiva, como alma nacional o como cultura compartida, se forja una imagen consensual de las naciones, que encubre lo violento y lo coercitivo, tan presente en la gestación de las naciones, en su desarrollo y en su consolidación. Hay muchos aspectos de una cultura nacional, que nos han sido heredados de generaciones anteriores y que se nos impuso coactivamente. El trabajo pedagógico, educativo y cultural lleva implícito una violencia simbólica, que inculca e inhibe el acto mismo de la imposición. Se impone y a la vez se esconde el hecho mismo de la violencia ejercida. En las discusiones de Bourdieu, la educación es generadora de violencia simbólica contra comunidades oprimidas, marginadas y excluidas. Un poder arbitrario impone una arbitrariedad cultural (Bourdieu, 1977, 27-28). Tal violencia cultural está en el centro de la vida moderna. El nacimiento, el desarrollo y el establecimiento de los Estados nacionales, lleva implícito un doble movimiento de integración y exclusión, de afirmación de lo identitario, de valores y costumbres nacionales, así como se levantan muros y fronteras con el exterior, se persuade y convence y a la vez se impone y se ejerce la violencia, simbólica y cruda, contra quienes disienten, resisten, obstruyen el despliegue de la nacionalidad. Eso es muy claro con el manejo de la memoria y el olvido, como se recuerda y preserva lo conveniente y se tiende a echar tierra y encubrir aquello que debe ser políticamente negado y olvidado. Si excluimos, negamos y rechazamos en lo simbólico, histórico y cultural entre los semejantes, más aun se hace ante lo extraño y lo distinto. La nación corta y divide, para identificar y aglutinar. La exclusión ante los externos, los forasteros, los extranjeros y los vecinos es natural, ya que no forman parte de la comunidad política. La frontera, el muro y los límites naturales, geográficos e históricos, fijan lo que es una nación y aquello ante lo que se agrupa como comunidad económica, política, social y cultural. Las singularidades al interior, son asimiladas y toleradas hasta un cierto punto, siempre y cuando no amenacen la existencia de la nación colectiva. # III. Violencia y Coerción en la Nación Moderna En algunas interpretaciones, la formación de las naciones europeas queda establecida con el Tratado de Westfalia. El final de una guerra y el afán por establecer la paz de las naciones, fija las condiciones de existencia de los Estados nacionales. La nación sería un resultado de un estado de guerra, que se estabiliza a través de la diplomacia, los acuerdos económicos y comerciales, los pactos políticos y militares. Toda potencia hegemónica intenta establecer una paz universal y duradera (Zolo, 2000, 30). Al buscar mover esas fronteras y alterar los límites se ponen en duda y entredicho los pactos y acuerdos establecidos. La cuestión de la nación debe ser pensada considerando los elementos constituyentes que le dieron lugar. Es un tanto ilusorio concebir que las naciones se deriven de un acuerdo contractual, constituyente y nada más, con una identidad colectiva y compartida, siendo a todas luces algo consensual. Esta imagen constitutiva de la nación independiente en los Estados Unidos y en la Francia republicana, enaltece el momento fundacional de los Estados nacionales. Ahí está presente el contrato y las bases consensuales de las naciones modernas. Es insuficiente cuando se revisa el proceso histórico de la nación, sus partes conflictivas y la relación con el exterior constituyente. La violencia y la coacción han estado más presentes de lo que suponemos. Tales ingredientes del realismo político y de la correlación de fuerzas en lo político y militar, nos lleva a otra dimensión en la formación y la existencia de las naciones. Es lo que tiene que ver con la agresión y la conquista, la violencia y la guerra. Es por eso, que entidades como los ejércitos nacionales, acostumbrados a sortear las amenazas externas e internas a la existencia de una nación, suelen desarrollar un discurso y una práctica enfocada a la seguridad nacional. Con eso se pretende avalar y justificar un estado bélico y de guerra contra enemigos externos y, lo que ha sido bastante dañino, ante un "enemigo interno", para el cual no valen consideraciones y restricciones. Entre la violencia simbólica y la violencia del Estado en contra de los mismos ciudadanos, hay toda una historia, un recorrido y una gama de ataques y agresiones a las comunidades democráticas de nuestro tiempo. Todo ello en aras de la razón de Estado y de la defensa de una nación opresiva. Tal referencia a la importancia de lo bélico-militar en lo nacional se aleja de lo consensual y acaba siendo un justificante para la organización política contra los adversarios y enemigos externos y acaba inventan doy enfocando baterías contra la enemistad interior. Insistir en el elemento identitario y consensual, nos lleva necesariamente a pensar en lo nacional, como propia y que resiste subjetivamente, ante un imperio, un poder externo, algo impuesto. Al tener más interés por la sobrevivencia y por las cuestiones internas, se diluyen las pretensiones de expansión imperial. El nacionalismo ha dado, sin embargo, para justificar invasiones, agresiones, expulsiones y persecuciones de todo tipo, de orden ideológico y político, de carácter étnico, racial, religioso. No faltan las caracterizaciones del nacionalismo, que enfatizan lo étnico y adquiere relevancia cuando rebasa lo regional y alcanza lo político estatal (Akzin, 1968-35-36). La opresión de una nación sobre otra, la imposición de una cultura sobre las otras, da pie a toda clase de violencias y resistencias. Asimismo, la falta de integración nacional y de asimilación de la diversidad, puede ser causa constante de violencia y tensión en los marcos de los Estados nacionales. La política de la homogeneización puede resultar insuficiente, lo que aviva los momentos de la violencia y el conflicto. Lo consensual es más común, en las comunidades integradas básicamente, en donde queda saldado lo más elemental de la convivencia de los semejantes. A mayor diferencia y diversidad, la integración social puede estar en cuestión. Las autonomías, la tolerancia, el respeto a la diversidad, pueden resolver la complejidad en la convivencia de los diferentes, aunque la amenaza de la violencia, el conflicto y la desintegración estarían latentes. Hasta en las naciones modernas, en tanto ciudadanas, que proclaman la equidad jurídica y el gobierno indistinto, republicano, se dan los casos en que una mayoría nacional oprime a grupos minoritarios. Los irlandeses ante los ingleses, las minorías regionales en España, la parte francófona en Canadá, los grupos indígenas en naciones latinoamericanas, serían algunos ejemplos de lo anterior. A pesar del Estado nacional republicano, por la fuerza de los hechos, se imponía la mayoría sobre los grupos oprimidos. Otra historia es cuando está ausente el laicismo y el trasfondo religioso marca el límite. En naciones islámicas, la construcción de las repúblicas, está acompañada de la identidad musulmana. En Egipto, por ejemplo, se trata de una república islámica, que debe reconocer la presencia de una minoría copta cristiana para evitar la violencia sectaria. Por el contrario, la división religiosa, condujo a la ruptura de la India y Paquistán en dos naciones diferentes. Aun así, la India sigue enfrentando la presencia de una porción considerable de musulmanes en su propia nación y territorio. Y más precisamente, se trata de dos civilizaciones en un territorio común (Paz, 1995, 87-88). La violencia y la opresión religiosa están latentes. Así que suponer que lo nacional es más consensual que violento, es una evasión de parte del problema. Las naciones esconden su dimensión violenta, coercitiva, opresiva. Se da la convivencia difícil de antagonismos y rivalidades. El ejemplo más deplorable en cuanto a la exaltación de lo nacional, con pretensiones de dominación internacional se daría con la Alemania nazi. Dolidos y afectados por la derrota de la 1ª. Guerra mundial y del "Tratado de Versalles", el militarismo alemán fomenta el auge de un nacionalismo racista, agresivo y violento que se lanza a la conquista del mundo. El pangermanismo, la unidad del imperio, la raza y la nación serían funestos para la convivencia civilizada del mundo. En su contraparte, el sionismo como un movimiento político que proclama la primacía y el dominio de los judíos sobre la humanidad, expresa otra vertiente malsana en cuanto liga el pueblo elegido, la nación y la dominación internacional. Cualquier comunidad étnica, que posee un asentamiento territorial, un Estado nacional integrado y que tiene además una parte importante de connacionales en el extranjero, tiende a reproducir fenómenos de expansión política y de imperialismo económico y cultural. Alemania se lanza a la 2ª. Guerra mundial asumiendo la defensa de los germanos en otras partes del mundo, en particular en la zona de los Sudetes en Checoslovaquia. El llamado panamericanismo proclamado por los Estados Unidos en América Latina, esconde las pretensiones de hegemonía económica, política y cultural de la potencia norteamericana sobre el resto del subcontinente. Ahí, más que la defensa de los connacionales, se quiere proteger sus intereses corporativos en el extranjero. Panamá se independiza de Colombia, impulsado en gran parte por el interés estadounidense del control del Canal interoceánico. El panarabismo, es más claro y concluyente, ya que el islam está menos interesado en la existencia de Estados nacionales independientes y esta forma occidentalizada les sigue resultando extraña. Más bien, la religión se divide en naciones (Lewis, 2003, 15-16). El movimiento de unificación de los pueblos árabes, se entrelaza con la adhesión mayoritaria de tales comunidades al islam. El Estado nacional apenas si ha sobrevivido en esas condiciones. China, en otro caso significativo de expansión y dominio, tiene una diáspora importante de connacionales, que son grupos mayoritarios o minorías significativas en otras tantas naciones del mundo, principalmente en Asia. La potenciación de la Gran China recibe estímulos desde la nación continental y se extiende, al irradiar sus comunidades chinas en el extranjero (Huntington, 1997, 200-201). La nación y el imperio, se confunden, cuando un grupo étnico, religioso y nacional, proclaman intereses hegemónicos y van más allá de la defensa de los connacionales, hasta intentar someter y dominar la región y el resto del mundo. Se defienden intereses imperiales en otras naciones, que padecen la agresión y la opresión. Este último elemento, agresivo e imperialista en la estructuración de las naciones, acompaña y se mezcla con el componente consensual y democrático de la cuestión nacional. La integración de los nacionales y el rechazo de los extraños no siempre se resuelve de la mejor manera posible. # IV. Imperio, Globalización y Dominio Mundial El Estado nacional es la forma política que adquiere el desarrollo de la modernidad occidental. Y va más allá del Occidente moderno, porque el mundo se integra más plenamente y los imperios, reinados, monarquías de corte antiguo y tradicional, tienden a quedar en el pasado. El Estado nacional tiende a ser un modelo de orden global. En la Europa occidental e industrializada, sobreviven formas del poder antiguo, tales como la monarquía constitucional y parlamentaria y los reinados de larga trayectoria. Si bien quedan como reminiscencias y están reducidos a funciones simbólicas y protocolarias, aun llegan a ser la fuente del poder último y la base del Estado mismo. En los hechos conviven con las modalidades del régimen republicano, liberal y democrático. En el resto del mundo, la extensión e implantación del Estado nacional, se realiza con toda clase de mediaciones, simulaciones y malformaciones. Con todo, la comunidad mundial tiende a organizarse en Estados nacionales. Y la nación moderna, acompaña el nacimiento, la evolución y la maduración del capitalismo, la mundialización y la globalización. El Estado nacional cumple una doble dimensión en lo económico, en cuanto ayuda e incide en la formación y consolidación de una burguesía nacional y un mercado interior, a la vez que pone un dique, marca la frontera para la libre circulación de los capitales, las mercancías y la fuerza de trabajo. Es una forma de organización económica mediada, que impulsa el capitalismo y obliga a la estructuración económica nacional. Aquí también integra y cohesiona internamente, a la vez que corta y excluye ante el resto del mundo. Las condiciones de la globalización afectan directamente a los Estados nacionales. La mundialización atada a la expansión del mercado internacional aparece con la modernidad, el descubrimiento de América y la irrupción del sistemamundo y el mercado mundial. La globalización es más reciente y se restringe su existencia histórica a la caída del muro de Berlín y del "socialismo realmente existente". El capitalismo se haría realmente global y las resistencias y obstáculos se reducen a lo mínimo. En los inicios del capitalismo, las luchas y resistencias de las clases subalternas, principalmente de los trabajadores industriales, obligaron al capital a la contención, la negociación y la concesión. El Siglo XIX, está permeado por la lucha de clases y los Estados nacionales se moldean ante un escenario sociopolítico altamente conflictivo. El triunfo de las revoluciones sociales en el Siglo XX, acentúa la división económica, ideológica y política del mundo. La existencia de dos bloques internacionales durante la Guerra Fría, contiene el capitalismo a una parte del mundo, con el agravante de que podía salir derrotado del conflicto gélido con el comunismo. Al caerse el otro referente mundial importante, el capitalismo se despliega como nunca, en el marco de un triunfalismo y un ascenso de la ideología empresarial y privatista. Nuevas resistencias, identidades y subjetividades anticapitalistas y antiglobalización irrumpen, pero las condiciones serán más adversas, por la lógica expansiva del capital internacional. La globalización, entendida como la interacción de las comunidades nacionales, apunta a un sistema preponderantemente internacional, en el cual lo mundial y lo global son cada vez más importantes y los Estados nacionales quedan acosados, rebasados y sometidos desde poderes globales, que hacen palidecer las influencias externas de otros tiempos. Ya no existen imperios todopoderosos proclamados como tales, pero el peso, la influencia y el poder de los Estados centrales, las metrópolis del mundo y el capital global resultan decisivos e influyentes en la configuración de las naciones y de la comunidad internacional. El agente principal de la globalización son las empresas trasnacionales o multinacionales. Es en la esfera de la economía donde se manifiesta un núcleo duro, que reclama disciplina productiva, monetaria, fiscal y financiera. Los organismos internacionales, de financiación y crédito aplican programas drásticos y ortodoxos que afectan a las poblaciones del mundo, en todas las dimensiones, mucho más allá de lo meramente económico. Y las empresas multinacionales, más allá de todo control de los Estados, los gobiernos y las sociedades nacionales, imponen sus intereses y sus agendas, al concentrar un poder económico excesivo, que se extiende a lo político, lo ideológico y lo cultural. Hay casos en que las empresas multinacionales son de por sí más poderosas que naciones específicas (Hertz, 2002, 19-20). La colonización del capital privado, debilita cualquier posibilidad de construcción de una alternativa nacional. Como quiera, no es posible deshacerse tan fácilmente de las naciones, con su larga trayectoria, su historia y su huella. El individuo y el ciudadano abstracto de la modernidad, no pueden instalarse en la soledad en su relación con empresas multinacionales cada vez más omnipotentes e indiferentes. El Estado nacional es un instrumento de mediación, con márgenes de acción estrechos, obligado a responder por sus ciudadanos y colectividades, a la par que está estrechamente conectado con los intereses del capital global. Es imposible que sea una reproducción fidedigna de los intereses del capital y de la élite global, y tampoco puede gobernar para sus ciudadanos, con un mandato surgido de abajo. Como campo de mediación, reproduce desde lo económico el mando despótico del capital global, administrando los intereses de los ciudadanos nacionales. En razón del carácter despótico del mando central del capital global, los márgenes de maniobra de las políticas económicas de los gobiernos nacionales se reducen a lo mínimo. Lo cual tiende a endurecer la política social y la atención de las protestas y reclamos de la población. En el caso de Grecia, con la victoria electoral de Syriza en 2016, de la izquierda radical, refleja las tensiones que se generan. La formación política gobernante en Grecia, llega al poder con un mandato ciudadano, que implica el rechazo a los programas de renegociación del FMI, el BCE y la Comisión Europea (la troika) abriendo la posibilidad de que el país tomara una vía alejada de las políticas de austeridad. A su vez, la "troika" endurece su postura y amaga al gobierno griego con la debacle y la crisis al presionarlo para salirse de la zona del euro y recortarle las fuentes de financiación. El resultado inicial de la negociación aparece como un empate, aunque Alemania y la troika obligan al gobierno griego a impulsar un programa de renegociación que implica ajustes sociales para la población. Queda como un sometimiento, más suavizado. Una formación política radical en el poder cede en la negociación con el capital global, para evitar una crisis mayúscula. ¿Hacia dónde se gobierna?, ¿hacia arriba o hacia abajo?, ¿en complacencia con el gran capital u obedeciendo el mandato del pueblo? Aquí se muestra como la democracia queda dañada ante la proliferación de instancias mundiales de decisión política (Held, 1997, 42-44). En el ascenso de la izquierda latinoamericana al poder, se pudo observar la misma tendencia contradictoria. En el primer triunfo electoral de Lula en Brasil, los movimientos especulativos mandaban mensajes acerca de la inconveniencia de que el candidato izquierdista del Partido de los Trabajadores ganara la elección en 2002. Al estar quebrado el consenso oligárquico y neoliberal, el electorado estaba empujando hacia la izquierda, por lo que tuvieron que aceptar al gobierno progresista de Lula. Antes le impusieron, condiciones en la negociación internacional y un punto de partida tributario. Lula reforma el sistema de pensiones de Brasil, presentándole como un triunfo de la alternativa izquierdista, cuando no es más que uno de los puntos centrales de la agenda globalizadora de los poderes mundiales. La nación como campo de conflicto, ofrece una solución a través de una izquierda globalizada que juega con las condiciones del mercado mundial y el capital global, que son bastante draconianas, con un margen de acción mínimo. O se hace lo que marca la política de la globalización o las naciones serían castigadas con la desinversión, la fuga de capitales, el corte del flujo financiero, los bloqueos comerciales y otros mecanismos que permiten imponer desde afuera, una política restrictiva a países con una soberanía limitada y menguada. Y no para ahí la cosa, porque las políticas de restricción económica, financiera y monetaria, sacuden la arena política, el escenario cultural y las condiciones sociales de los habitantes de las naciones en cuestión. Impactan y repercuten en todos los sentidos de la existencia del Estado nacional y de la vida de sus habitantes. Se torna inviable e imposible gobernar para el gusto de las mayorías, socavando las bases democráticas del Estado moderno y debilitando la opción de las naciones. A partir de las multinacionales, el fenómeno globalizador se extiende y amplía. Si el impulso fundamental está en las multinacionales, muy pronto la globalización adquiere proporciones más vastas. Muchos organismos internacionales generados para la diplomacia internacional como la ONU y entidades con algún protagonismo en algún tema de orden global, como podrían ser los derechos humanos y la justicia universal, el medio ambiente y la preservación de los ecosistemas y la atención de la salud, por ejemplificar de alguna manera, impulsan el que esta gama de asuntos, sean abordados bajo miradas regionales y globales, reproduciendo en lo nacional los acuerdos, leyes y tratados emanados de la dinámica internacional. Si los años del Estado nacional estuvieron enfocados al tratamiento y manejo de las políticas internas, ahora lo global adquiere centralidad. Una glocalización, le ha llamado algún autor al momento en que las tendencias mundiales se cruzan con lo local y lo regional. La globalización es asible en lo pequeño y lo concreto (Beck, 1998, 79-80). Y el cruce de los lugares, la geografía y la geopolítica se dan en términos de sometimiento y subordinación de lo más local y regional, que resulta más débil, ante procesos globalizadores que son la materialización de la acumulación de inmensas sumas de dinero y poder global. Hasta lo más autóctono y provincial siente la repercusión de lo global. Y estar situado sólo en lo local es una desgracia (Bauman, 2001, 9). Uno podría desentenderse de las tendencias mundiales hegemónicas y darle la espalda al mundo. Es una quimera, si nos atenemos a que las tendencias globalizadoras acaban invadiendo y colonizando todo, desde las necesidades más primarias como la alimentación, la salud, la vivienda, el trabajo y la economía en general, hasta lo cultural, simbólico y lo que se informa, transmite y se mueve en los medios de comunicación masiva y virtuales. Lo mediático y comunicativo es lo más globalizado que se pueda concebir. Las empresas multinacionales ligadas a lo mediático, cierran la pinza y cumplen el rol de comandar la integración de la aldea global. En la aldea global, prevalece la proximidad virtual y electrónica, más allá de la física con sus modos distributivos, como MacLuhan había sostenido (1993,(91)(92)(93). Lo local se diluye, lo nacional se debilita, en el fortalecimiento de un Volume XX Issue I Version I # ( F ) orden de carácter global, que no alcanza a integrarse y estabilizarse. En las movilizaciones antiglobalizadoras y altermundistas, se erige lo global como la dimensión de la interlocución fundamental. Si lo que nos afecta está cada vez más interconectado con el mundo, las respuestas que se buscan están en el orbe, se salen de los Estados nacionales, que pierden relevancia e interlocución por lo mismo. Si los centros decisorios de lo económico, lo político, lo educativo, lo medioambiental o lo sanitario están en organismos y entidades de poder global, lo nacional queda como una gerencia o una mediación a lo más, al no tener un poder en sí mismo, soberano y nacional que resuelva y defina. La crisis de los Estados nacionales sobreviene por una globalización intensificada y compleja, que desplaza los centros decisivos más allá de las fronteras nacionales. ¿A quién sirven y representan las autoridades formales y constituidas de los Estados nacionales? Se pliegan a la globalización, siendo que lo técnico, lo especializado, se acerca más a los intereses de las corporaciones globales y se gobierna sobre políticas de Estado, sobre orientaciones homogéneas y continuas diseñadas para cualquier realidad nacional. Los gobiernos nacionales aparecen como traductores, gerencias, administradores de macrosistemas y macropoderes que se imponen como una realidad mundial ineludible. Si lo global se impone, los Estados nacionales apenas si alcanzan a ubicar su sitio en la nueva geopolítica internacional. Todo indicaría que los Estados nacionales tienden a desaparecer, a quedar asimilados y absorbidos en procesos globales poderosos. Y como quiera siguen vigentes, en tanto expresan identidades, subjetividades, resistencias y particularidades que proclaman su presencia en la aldea global, nutriéndola y alimentándola, como mediación y condicionamiento. V. # El Auge Del Nacionalismo Si los poderes globales tienden a minimizar y relativizar la importancia de lo nacional, estaría por verse la capacidad de sobrevivencia del Estado nacional y sobre que límites actuaría. Si en los aspectos más cruciales de la existencia humana, se están tomando las decisiones en centros de poder global, los Estados nacionales y la lógica de lo interno, quedan rebasados por lo externo. Las incidencias de lo internacional serían cada vez más relevantes. La reafirmación de las identidades nacionales aparece como una fuente de resistencia y de singularidad, que pone condiciones, limita y obstruye la presencia completa de lo global. Las naciones con una identidad más fuerte, una mayor tradición e historia y con más viabilidad, sobrevivirían en el marco de unas relaciones internacionales que requieren de actores nacionales y globales de importancia. En ese sentido, lo global, no está desligado de las hegemonías y los pesos específicos de las naciones más fuertes. En realidad, lo global es otra dimensión de la expansión y hegemonía de lo nacional. Unas naciones se imponen y predominan sobre las otras. En los procesos de integración regional, se percibe como la superación de las dinámicas nacionales y la constitución de bloques y grupos supranacionales, reflejan relaciones de predominio e inequidad entre los países. El modelo histórico del que nacen las naciones modernas, el westfaliano se apoyaba en un equilibrio de fuerzas políticas y sociales en Europa, en un reflejo de una realidad posbélica. El modelo más ambicioso de integración regional es el caso europeo y ahí se reproducen relaciones de fuerza y poder entre naciones hegemónicas y predominantes ante otras comunidades más débiles, que están a la saga de los países líderes. La parte más integrada y sistémica de la comunidad europea es Alemania y las áreas más alejadas del centro hegemónico, como Grecia, España o Portugal, se acercan de un modo más conflictivo y periférico al núcleo central. Igual pasa, aún más acentuadamente en las relaciones internacionales, que no se pueden desentender de las naciones mismas. Hay nacionesimperio, que hacen sentir su hegemonía y dominación sobre las otras. Si bien las compañías multinacionales empujan claramente a la superación de las barreras de los países, siguen teniendo aterrizajes nacionales, resultando en consecuencia que haya naciones más ricas, poderosas e influyentes. Lo global, tiende a encubrir la huella del predominio de unas naciones sobre las demás. Es por eso que no se puede desligar lo global de la existencia de lo nacional. Los organismos supranacionales reproducen la presencia y la fuerza de naciones más poderosas sobre el resto del mundo. No se puede diluir por completo el origen y naturaleza de lo nacional, en una globalidad abstracta, neutra y vacía. Estaría cargada de tradiciones e historias regionales y nacionales. En el reacomodo global y regional de las naciones, el peso abrumador de algunas, le imprime el sello a las relaciones internacionales. La sobrevivencia y la capacidad de incidir sobre el proceso global, dependen del peso específico que se tenga y de la identidad cultural prevaleciente, que resiste e incorpora elementos a la lógica global. Los Estados nacionales que sobreviven mantendrán viva la tensión de lo local, lo regional, lo nacional y su inserción en el proceso de la mundialización y globalización. Lo global se nutre de las inequidades y asimetrías de lo nacional y lo regional. Lo nacional no desaparece, sino que se integra a la lógica globalizadora. Es por eso desconcertante, que en el caso europeo lo supranacional tiene antecedentes en el Imperio austríaco de los Habsburgo, que se sitúa en las antípodas del modelo del Estado republicano francés. El primer caso, podría expresar un sistema de equilibrio y diversidad, en tanto el modelo francés republicano impulsa una homogeneidad interior mayor. La relación de lo nacional, lo supranacional y lo global se integra de acuerdo a la evolución de las historias regionales (Minc, 2013, 31-38). El Estado nacional es una variante de la identidad colectiva. Y de la mano de la globalización afloran la cuestión de la identidad y del multiculturalismo. Al intensificarse los procesos de interconexión mundial, se debilita el Estado nación, lo cual no quiere decir que las identidades nacionales pierdan sentido. El espacio estatal y gubernamental recibe el impacto del fenómeno globalizador, al igual que la economía, la sociedad y la cultura. Sólo que la identidad como fuente de resistencia, reagrupa y rearticula, tanto rechazos como oposiciones a la irrupción de lo global. Uno de los elementos más llamativos de la globalización es la extensión y proliferación del nacionalismo. La aparición de la globalización, con la caída del "Muro de Berlín" y el derrumbe del bloque socialista, se resuelve paradójicamente con una irrupción desmedida de los nacionalismos. La URSS, Yugoeslavia y Checoslovaquia habían resuelto la cuestión nacional a la manera internacional, con la cohesión ideológica del comunismo y la subestimación de las nacionalidades. El marxismo había irresuelto la cuestión de lo nacional y solo la corriente austro marxista tuvo la atención de afrontar la discusión sobre las naciones. La nación como una "comunidad de destino" le llamaría Bauer (1979, 7). El marxismo, había proclamado el internacionalismo de clase dándole poca o nula importancia a lo nacional. Ya desde antes de la modernidad, imperios políticos y sistemas de control religioso pretendían expandirse por todo el orbe. Las religiones monoteístas del Cercano Oriente, el judaísmo, el islamismo y el cristianismo, atendían los vínculos de la hermandad y comunidad religiosa, apuntando a una autoridad supranacional. La Iglesia católica tuvo que aceptar el desarrollo de la soberanía de los Estados, más allá de lo religioso y las guerras de la Reforma protestante, afianzaron la secularidad del poder político. Los musulmanes, han confundido claramente la dimensión temporal y lo religioso, por lo que tienden a la identidad religiosa y cultural, más que al énfasis en la soberanía de los Estados y aun menos de las naciones. Los judíos, como la nación diáspora por excelencia, se mezclaron con la evolución de la modernidad y el capitalismo, diluyéndose por todo el mundo y ante todo por Occidente. Si bien el establecimiento del Estado de Israel les ayudó al asentamiento nacional y a dotarse de una entidad territorial, su condición dispersa por el mundo, les hace más proclives a la subestimación de las dinámicas nacionales y al reclamo de un gobierno mundial. Un caso aparte, lo es la India, quien posee una cultura singular, en la que se refleja una pluralidad y diversidad de civilizaciones y religiones. La cultura nacional hindú es más tendiente a la exaltación de lo plural y lo diverso, negando al nacionalismo opresivo y homogeneizante que se manifiesta en la cultura occidental. El internacionalismo es común a las religiones y en la India, se expresa lo contrario, se afirma como una cultura singular que promueve la diversidad, el diálogo y el encuentro de culturas en su seno. El marxismo retomó la tradición internacionalista de las religiones previas a la modernidad. El punto de unión ya no era la religión, sino la ideología. El comunismo sería una ideología unificadora que retoma el internacionalismo de las religiones centrales de Occidente. Sobre la base del ateísmo y confundiéndose con una religión civil, aglutinó y movilizó a millones de personas, llevando a segundo plano la reivindicación de lo nacional. Por eso no es extraño que la disgregación del bloque comunista, se resolviera con la salida doble de la expansión del globalismo capitalista y el resurgimiento del nacionalismo antes administrado y contenido. El auge del nacionalismo más reciente, empieza con la caída de la Unión Soviética y del bloque comunista. Nacionalismos no resueltos, maltrechos y soterrados reaparecen con fiereza, al caerse el referente ideológico. En la era del auge de las identidades, los nacionalismos quedan instituidos como uno de los más destacados elementos de la subjetividad colectiva. Lo paradójico del asunto es que en plena globalización, cuando el Estado nacional queda en entredicho, irrumpe el nacionalismo como resistencia a lo global, ante el desmantelamiento de los Estados multinacionales. La URSS, al igual que Yugoeslavia y Checoslovaquia quedaron disueltas por la irrupción de las reivindicaciones nacionales. La zona balcánica, donde la cuestión nacional quedó irresuelta por siempre, explota con la violencia y conflictividad que le es tan característica. La antigua Yugoslavia llegó a ser la federación multinacional más estable desde la 2ª. Guerra Mundial (Denitch, 1995, 9). Ahí se condensa la crisis de la integración ideológica unificadora del comunismo y la reaparición de identidades conflictivas al margen de los Estados imperiales y multinacionales. Tenemos ahí la balcanización de la vida política, por la imposibilidad de establecer naciones modernas. Y el conflicto político y militar de los Balcanes es el referente negativo de la vía que no quiere recorrer el resto de Europa. Ahora bien, no todos los Estados multinacionales desaparecen o están a punto de quebrar. Antes al contrario, los acuerdos económicos y comerciales de la Unión Europa llevan bastante lejos la perspectiva de integración regional, de cesión de las soberanías estatales en aras de entidades supranacionales, de una comunidad compartida más allá de lo nacional, en lo postnacional. La debacle de la URSS como imperio ideológico y político multinacional, lleva a la proliferación de entidades independientes y autónomas. En la Rusia zarista se había dado una modalidad de nacionalismo oficial, de fusión de lo nacional con lo imperial (Anderson, 1993, 126-129). Eso explica la rusificación que antecede a la Revolución rusa. La caída del comunismo reinicia el choque del europeísmo con la rusificación. La integración europea, consensual y comunitaria, atrae a naciones antes inscritas dentro de la órbita del dominio soviético. El conflicto ucraniano está en el centro de esa evolución compleja del imperialismo ruso y la integración creciente de la comunidad europea. Ucrania fija la nueva frontera entre la Europa atlantista y la zona de influencia de la rusificación del viejo continente, ahora desprovista de ideología y más centrada en los intereses geopolíticos de la región. El desprendimiento de Crimea ante Ucrania, para integrarse a Rusia, nos indica que el proceso de apertura y cierre de fronteras en lo nacional, lo imperial y lo multinacional ofrece un horizonte problemático. Grecia, a su manera, con el ascenso al poder de la izquierda radical, fijó de momento, otra línea fronteriza, con la amenaza de la salida del euro y el acercamiento a una Rusia que pretende detener la expansión del proyecto atlantista a sus zonas históricas de influencia. Estados Unidos, queda como el vencedor inmediato de la caída del socialismo real. Es un caso atípico de Estado multinacional, de comunidad de inmigrantes, articulados por el peso de la economía, del dólar y del poderío estadounidense. Una nación volcada hacia el futuro y la modernidad, que da la espalda a la tradición y la historia europeas. Una nación que se siente elegida para cumplir un rol de liderazgo internacional, devenida en imperio, arquetipo de la mundialización y la globalización, en cuanto dominio multinacional vía la economía, las empresas, la moneda y las finanzas. El modelo estadounidense, más acorde a los intereses de la globalización, es un ariete de la misma y reproduce la condición conflictiva de ser un Imperio-Estado y una sociedad multinacional. La predominancia de lo económico, disuelve aparentemente la cuestión nacional en el peso de los corporativos multinacionales y globales. Y como quiera, integra y reproduce aspectos de la estructuración nacional, tales como los límites territoriales y lo fronterizo, la historia y cultura compartida, valores y tradiciones hegemónicas. Adquiere una forma nacional y por su carácter predominante en el mundo, asume la modalidad imperial. Mientras que los organismos internacionales tratan de construir un orden jurídico y legal mundial, los Estados Unidos se niegan a acatar disposiciones internacionales que puedan limitar a sus empresas, su ejército, sus intereses imperiales y nacionales. Tratan de imponen un orden global desde el predominio de su nación y su imperio, sin pasar o saltándose las instancias internacionales que contravengan sus intereses específicos y geopolíticos. En dado caso, pretenden que se subordinen a la evolución de la nación estadounidense, su carácter multinacional y su dimensión imperial. Las instancias internacionales tendrían que adecuarse a lo que los Estados Unidos son y representan, no al revés. En su afán por ejercer el dominio global, pierden influencia en el ámbito internacional y se complica la articulación con la política postnacional. Ahí se manifiesta la condición compleja de la relación de lo nacional con lo imperial y lo global. VI. Identidades, Separatismo, Cruces de Civilización La reaparición de los nacionalismos, como un dique ante la globalización, es una variante de la irrupción de las identidades. La amenaza a la existencia de los Estados nacionales, proviene del exterior y de lo global, aunque a su vez, se disparan los regionalismos y los localismos, como formas de identidad más restringidas, que se plantean la relación de entidades menores con el proceso de la globalización. Los Estados nacionales, como construcciones homogéneas, o que tienden a serlo, asimilan, disuelven, remueven y eliminan formas de identidades más locales y regionales. En el auge identitario, la identidad nacional es un sentimiento colectivo asentada en la creencia de pertenecer a una misma entidad y compartir atributos (Guibernau, 2009, 26). Aquello que estaba siendo administrado, contenido y regulado, a través del Estado nacional, se sale de cauce y busca una mayor identificación propia, un fortalecimiento identitario y una presencia e interlocución más directa con los poderes globales y las instancias internacionales. Las rivalidades históricas internas, antes soterradas, afloran con más facilidad, cuando la globalización golpea los Estados nacionales. La construcción de la Unión Europea, crea una instancia regional y supranacional que integra Estados nacionales en una dimensión que pretende superarlos en una dirección posnacional, comunitaria, europeísta. Lo posnacional por cierto, es pensado por Habermas como un mundo pospolítico, con centralidad de la empresa multinacional (2001,182). Un orden económico que busca una forma política más idónea y sacude los Estados nacionales imperantes. En España, el Reino Unido e Italia se intensifican los reclamos y demandas locales y regionales ante el megabloque europeo. Más que alejarse de la globalización, buscan entrar en otras condiciones, con más autonomía local y regional, con más fortaleza propia, debilitando las tendencias centrales de los Estados nacionales establecidos. Al final, por la presión política, por la conveniencia económica, administrativa y gubernamental se opta por seguir ligado al Estado nacional central, aunque en condiciones más negociadas y favorables. Se pondera y se toma en cuenta lo inconveniente de empezar de nuevo o de lanzarse a una aventura independentista en tiempos que reclaman más acuerdos regionales y globales. Desunirse para volver a unirse no parece ser una estrategia indicada, aunque si queda el amague de la separación y la ruptura, como instrumentos para una mejor posición de las localidades y las regiones autonomizadas ante lo nacional y lo global. Eso se observa en el caso reciente de Escocia en relación con la Gran Bretaña, que ante el Brexit, de la mayoría del Reino Unido, manifiesta estar en desacuerdo. Y está latente, con el proceso de independencia de Cataluña ante España, no avalado, ni negociado con el resto de la nación ibérica. Estamos ante desafíos independentistas en pleno proceso de expansión de la globalización y de crisis de los Estados nación. El desafío identitario en Europa, no resulta de mayor complicación, comparado con las líneas de fractura civilizatoria, en que están de por medio algo más que recursos económicos y materiales. En la relación de Occidente con el resto de las culturas y civilizaciones se montó un muro simbólico, que acentúa la identidad y marca la distancia con la otredad. La globalización, como proceso de interacción e interconexión de naciones, culturas y civilizaciones, trasciende muros y fronteras, volviendo hábito y costumbre el encuentro con la otredad. Lo que en el Descubrimiento de América, sería un acontecimiento extraordinario es ya algo habitual en el mundo moderno y posmoderno. Las empresas multinacionales atraviesan y trascienden las fronteras nacionales, impregnando con su lógica global a todas las comunidades del mundo. La relación metrópoli-periferia es cada vez más desigual y a la vez se difumina, se acaba con la localización de lo central y lo marginal, para reproducirse dentro de las metrópolis y las periferias. Uno de los resultados más evidentes de la globalización, es la intensificación de los fenómenos migratorios, la movilidad del capital y la fuerza de trabajo, el levantamiento de las fronteras nacionales. La Unión Europea se integra y al hacerlo abre sus fronteras entre los suyos para la libertad de movilidad de sus ciudadanos. A su vez, se remarca la frontera con los extranjeros, con los otros, con los distantes. En la Europa integrada no hay lugar para los musulmanes, los africanos, los europeos rusificados o los latinoamericanos. La globalización incluye y excluye, abre y recorta a la vez. Ya no se diga cómo es la conexión de los Estados Unidos con la América Latina, con México en particular, permitiendo la ampliación de la libertad económica, la apertura comercial y el flujo del capital, mientras se contiene y se remarca el muro ante la fuerza de trabajo y los inmigrantes. La migración internacional lleva a primer plano, la irrupción de las identidades, la presencia de la multiculturalidad y el encuentro constante y permanente con la otredad y la diferencia. Una de las líneas de fractura cultural y civilizatoria más importantes de la modernidad es la vivida entre Occidente y la América Latina. El subcontinente, es una extensión de la cultura europea y occidental, a la par que es una zona problemática, con un punto de encuentro y fractura del mundo moderno con la cultura indígena y prehispánica. El Estado nacional es una creación de la modernidad. Y dentro de sus postulados está la superación de los componentes singulares, específicos de las culturas locales. El nacionalismo es una creación de Occidente y se vuelve contra el mismo (Smith, 1976, 60-61). La presencia de la cultura prehispánica, mesoamericana e incaica, es mucho más que una reminiscencia de lo local o lo regional. Es la cultura de los primeros pobladores, originaria y fundante. Está lejos de ser un artificio o una impostura. Es la supervivencia de lo antiguo y lo ancestral. Al ser develada nuevamente, se niega a ser enterrada, relegada, sometida. Los márgenes de negociación cultural son diferentes. La globalización sacude los cimientos de los Estados nacionales, sus pretensiones de dominación y hegemonía sobre lo local, lo particular y lo regional. La civilización prehispánica renace y reaparece, reclamando y reivindicando su papel en la historia latinoamericana. Le disputa hegemonía y centralidad a lo que nos ha llegado de Europa y de las naciones industrializadas. La línea de fractura civilizatoria alcanza porciones importantes de las naciones latinoamericanas como México, Guatemala, Perú, Ecuador y Bolivia. A las diferencias y disparidades económicas, políticas y culturales, a las rivalidades geográficas, se añade una disputa civilizatoria antigua, sumamente inequitativa y desigual, además de importante. Es en Bolivia, con el movimiento del evismo, como reaparece el conflicto civilizatorio que atraviesa y divide la nación. La parte criolla y mestiza, minoritaria y dominante sería desplazada por una mayoría indígena que reclama protagonismo y refunda la nación sobre bases prehispánicas. El Estado nacional, queda sacudido y conmocionado, desde abajo, desde los grupos más excluidos y marginados de la historia latinoamericana, como lo son las culturas indígenas. Ahí, la irrupción de identidades soterradas cimbra lo nacional, desde lo que estuvo relegado y reclama su sitio en la historia. El triste desenlace del "evismo" boliviano, con una salida autoritaria, tanto de la izquierda como la derecha, la renuncia de Evo Morales a la presidencia, no augura buenas perspectivas para las respuestas políticas del indigenismo latinoamericano. Antes al contrario, se daría una recaída en lo occidental y en el rechazo a la otredad latinoamericana. En realidad, las irrupciones indígenas rechazan la globalidad dominante, aunque se verán obligadas a resolver la relación con la misma, a través o al margen de los Estados nacionales, que pierden centralidad en la política contemporánea. Todo un desafío para la globalización y el Estado nacional imperante. # VII. # En Conclusión Un punto, en conclusión, es que los Estados nacionales, encontrarían otro acomodo en los procesos de la globalización, incluso poniéndola en discusión. Es difícil, regresar a los momentos en que se abría la disyuntiva entre el Estado nacional y el proceso global universal, en forma simplista. El Estado nacional es un punto de mediación, de realización a medias del proyecto ilustrador y de énfasis de la singularidad histórica ante los procesos de anomia global, de inserción amorfa de las colectividades y los pueblos, en el circuito del mundo de lo global. Se antoja más bien que el Estado nacional, reaparecerá como una forma de mediación e intermediación que ata y anuda la complejidad de los procesos globales y la búsqueda de la universalidad, con la construcción de identidades más definidas, colectivas, que intentan expresar, representar y englobar la diversidad del mundo ante la humanidad misma. Los Estados nacionales no se irán por el momento, y estarán expresando una realidad compleja, problemática, cambiante y difícil en conexión con las tendencias propias de la globalización y sus derivaciones sociales. # Bibliografía Year 2020 © 2020 Global Journals llegado el Estado de la nación republicana y ciudadana. Year 2020 © 2020 Global Journals © 2020 Global Journals * BenjaminAkzin 1968 Estado y nación. México: Fondo de Cultura Económica * Comunidades imaginadas. 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